Masonería Egipcia o Masonería antigua: tres pilares de sabiduría iniciática
La Masonería antigua bebe directamente del Nilo primordial, donde los misterios de Osiris e Isis constituyeron el primer laboratorio alquímico de la humanidad. Nuestro rito no reconstruye Egipto: es Egipto vivo, latiendo en el corazón del hombre contemporáneo que reconoce en los jeroglíficos del alma el lenguaje de su propia transformación. Cada símbolo menfita es un vaso comunicante con aquella tierra sagrada donde el faraón no era un gobernante, sino un iniciado que había logrado la unión consciente con los principios cósmicos.
La alquimia medieval no fue sino el renacimiento europeo de la ciencia espiritual faraónica. Cuando los sabios herméticos encendían sus athanors, repetían sin saberlo los mismos procesos que los sacerdotes de Karnak realizaban en las cámaras de transformación. La Piedra Filosofal que buscaban los alquimistas era el mismo cuerpo de luz —el Sahu— que los antiguos egipcios obtenían mediante la ceremonia de apertura de la boca y la transfiguración osiríaca. Nuestra Masonería custodia este fuego sagrado.
La Masonería Egipcia moderna constituye el vaso sagrado donde convergen estos dos ríos de sabiduría. No somos estudiosos de tradiciones muertas, sino herederos activos de una cadena áurea que une el papiro de Thot con el manuscrito alquímico, la pirámide con la catedral. Nuestros rituales no representan ceremonias arqueológicas: son el mismo fuego transformador adaptado a la conciencia contemporánea, manteniendo intacta la esencia que hace del hombre un dios en potencia.
Las catedrales mexicanas que desafían los terremotos no son sólo obras arquitectónicas, sino testigos pétreos de esta transmisión. Sus cimientos no se apoyan en la tierra, sino en los principios herméticos que viajaron de Egipto a Europa y de allí al Nuevo Mundo. Cada gótico es un jeroglífico, cada vitral una enseñanza alquímica sobre la luz que atraviesa la materia sin mancillarse, tal como el espíritu debe transitar el mundo sin perder su pureza esencial.
En nuestro rito, el trabajo masónico se revela como la síntesis viviente de estas tres herencias: la visión cósmica egipcia, las operaciones alquímicas y la construcción del templo interior. El aprendiz que desbasta su piedra bruta está realizando simultáneamente el viaje del alma a través del Duat, la purificación del plomo en el athanor y el levantamiento de las catedrales interiores donde morará lo divino.
La verdadera Masonería nunca ha dejado de ser lo que fue en sus orígenes: un sistema de transformación consciente. Lo que llamamos "grados" son estaciones en este viaje de regreso al Zep Tepi —el Tiempo Primero— cuando dioses y humanos colaboraban en la obra de la creación. Nuestra Orden no enseña filosofía: ofrece las herramientas para que cada hermano realice por sí mismo la Gran Obra que unifica Egipto, la Alquimia y la Construcción espiritual en un solo acto de realización.
Al concluir este recorrido tripartito, el masón comprende que no estaba aprendiendo, sino recordando. Las tres columnas —Egipto, Alquimia y Masonería— se revelan como las tres cámaras de una misma pirámide interior. Quien llega a esta comprensión ya no necesita símbolos externos: se ha convertido él mismo en el jeroglífico viviente donde se expresa la sabiduría eterna.