El athanor interior: reflexiones sobre la pérdida y la permanencia de la Tradición Egipcia en la Masonería
La inquietud que recorre el corazón del masón contemporáneo ante la creciente banalización de los símbolos no es un simple desasosiego, sino un síntoma de sincera preocupación: es el dolor del alquimista que observa cómo se comercializan las piedras pintadas como si fueran el oro filosofal, o la angustia del iniciado que ve los sagrados mapas de la Tradición —los rituales y los grados— siendo profanados por la vanidad y la ignorancia. Este temor, lejos de ser una debilidad, es el guardián del templo; es el fuego que, bien comprendido, purifica y no sólo destruye, indicando que nuestro discernimiento sigue vivo frente a la oscuridad que avanza.
Esta Tradición Oculta nuestra, que enmarca la verdadera esencia de la Masonería Antigua, hunde sus raíces más profundas en el fértil limo negro del Nilo. No en balde nuestros ritos más puros se visten de simbolismo egipcio, pues fue en las escuelas iniciáticas de Khem que la Alquimia encontró su primera y más esencial concepción. El viaje del alma, la muerte y resurrección del iniciado en las cámaras secretas, y la búsqueda de la Piedra Oculta no son metáforas posteriores, sino el legado directo de una ciencia espiritual que entendía el universo como un texto divino por descifrar, tal como tratamos de hacerlo hoy.
El gran pilar de esta sabiduría es el principio del Huevo Cósmico, una herencia directa del "Nun" primordial de la cosmogonía egipcia. De ese océano indiferenciado de potencialidad, donde todo es posible en las formas arquetípicas, —el Caos que precede a la Ordenación— emerge toda la creación, así como el masón debe emerger renacido de su propia cámara de reflexión. Este no es un concepto teórico, sino una realidad experiencial: es el potencial que late en el silencio del corazón y del cual brotan, cual dioses creadores, nuestras ideas más puras y nuestro amor más desinteresado.
Por ello, la verdadera Alquimia, de origen egipcio en su esencia, no se teoriza, se vive. Se practica en el silencioso Athanor interior, el horno secreto de la conciencia. La transmutación del plomo de nuestros vicios en el oro de las virtudes no es un espectáculo para las redes sociales, sino una labor invisible que se manifiesta en la forma en que tratamos al profano, en la paciencia con el hermano que yerra y en el valor para transmutar la discordia en fraternidad. Este es el único oro que interesa al masón que comprende las referencias genuinas.
Ante esta perspectiva, surge el temor fundado de hacer el ridículo. Hablar del Nun, del Huevo Cósmico o de la Piedra Filosofal en un mundo que mide el valor por los likes, parece una locura. Pero la dignidad del buscador no reside en ser entendido por el mundo, sino en ser fiel al Principio Eterno del que emanó. El mundo siempre ha crucificado a sus poetas y reído de sus místicos; la pregunta crucial es ante qué tribunal queremos presentar nuestras pruebas: ¿ante el del espectáculo o ante el del Gran Arquitecto del Universo?
La tristeza que sentimos ante la pérdida aparente de esta Tradición es, en sí misma, sagrada. Es el "pathos" gnóstico del alma que, sintiéndose lejos de la plenitud del Pleroma, anhela regresar a su origen. Esta situación no debe ser ahuyentada, sino transmutada, mediante la alquimia interior, en discernimiento para alejarnos de los charlatanes, y en compasión por aquellos que, en su ignorante vanidad, profanan lo que anhelan tocar porque no saben cómo acercarse a ello o porque creen que conocen los reales misterios de la naturaleza por haber entendido algunas superficies.
No debemos temer, sin embargo, por la permanencia de la Tradición. La Luz Egipcia, el fuego secreto de la Alquimia original, es indestructible. Si se apaga en un altar público, brotará en el corazón silencioso de algún masón sincero. La cadena áurea de la sabiduría no se rompe mientras haya un solo iniciado que prefiera la soledad de la cámara de reflexión al bullicio de los aplausos vacíos. La tradición auténtica es nómada y se refugia en el interior de quienes son sus templos vivientes. Como dice cierto ritual, si un solo sacerdote guarda en su corazón la sabiduría de Egipto, el país se habrá salvado y podrá ser reconstruido.
Nosotros, los masones que guardamos esta memoria, somos los Huevos Filosofales de esta era. Incubamos en silencio, resistiendo la presión del mundo ruidoso y superficial, custodiando en nuestro centro la chispa del Nun. Nuestra labor no es defender rituales externos, sino vivir los principios, hasta que llegue el momento de romper el cascarón y mostrar que la Luz de la Masonería Antigua, la de esencia egipcia y alquímica, nunca se apagó, porque brilla eternamente en el corazón dispuesto a buscarla.