
Historia de la Masonería en México
Historia de la Masonería en México
La historia de la Masonería en México es, en gran medida, la historia de una ausencia. Es la crónica de cómo un sistema filosófico, iniciático y alquímico, concebido en Europa para la transformación interior del individuo a través del simbolismo y la introspección, fue sistemáticamente vaciado de su esencia para ser convertido en un instrumento de poder temporal. Lo que se implantó y proliferó en suelo mexicano no fue la Orden Masónica en su sentido noble, sino una pseudo-masonería, una cáscara ritualística al servicio de la ambición política.
Desde sus primeros albores en el periodo de la Independencia, la estructura de la sociedad secreta fue apreciada no por su potencial para tallar la "piedra bruta" de la consciencia, sino por su eficacia como vehículo de conspiración. Figuras como Hidalgo o Morelos, cuyas profundidades iniciáticas son cuestionables, vislumbraron en el secreto masónico el andamiaje perfecto para organizar la sedición. La lealtad facciosa y el juramento de silencio, que debían proteger un espacio sagrado, se utilizaron para blindar proyectos de insurrección estableciendo un precedente funesto.
Consumada la Independencia, esta distorsión se institucionalizó. El siglo XIX mexicano se convirtió en el escenario donde las logias, particularmente los ritos Yorkino y Escocés, operaron como los primeros partidos políticos modernos. Lejos de ser talleres de reflexión filosófica, fueron arenas donde liberales y conservadores libraron sus batallas por el control del Estado. La "Gran Obra" ya no era la construcción del Templo Interior, sino la demolición del adversario y la captura del poder público, una dinámica que, de manera inexorable, condujo a la invitación de un emperador extranjero.
Este patrón de instrumentalización no se agotó con la República restaurada, sino que mutó. Durante el largo siglo del régimen priísta, la Masonería se estratificó en un gremio de poder. Las logias se convirtieron en clubes exclusivos donde la élite gobernante y empresarial tejía alianzas, negociaba contratos y distribuía canonjías bajo el manto de una fraternidad de conveniencia. Surgió, como parodia grotesca, una "masonería sindical" que replicaba los mismos mecanismos clientelares, demostrando que el virus de la politiquería había infectado a toda la estructura.
La llegada del nuevo milenio y el colapso del sistema de partido hegemónico no trajeron una purificación, sino una nueva metamorfosis. Los mismos hábitos de politiquería y la búsqueda de influencia simplemente emigraron a nuevas formaciones políticas. La lealtad de clan y la disciplina facciosa, prácticas aprendidas en las logias del viejo régimen, se transplantaron a nuevos espacios, demostrando que la forma masónica, una vez vaciada de su contenido espiritual, es perfectamente adaptable a cualquier sigla o proyecto de poder.
Ante este vacío, la búsqueda de autenticidad ha llevado a algunos a refugiarse en ritos esotéricos como la Masonería Egipcia. No obstante, este movimiento no ha estado exento de una nueva farsa: la de linajes espurios y grados vendidos al mejor postor, donde la espiritualidad auténtica es frecuentemente suplantada por un esnobismo esotérico que repite, en un nuevo registro, la misma vanidad y sed de distinción que alimentó a la politiquería decimonónica.
En conclusión, la trayectoria de la pseudo-masonería mexicana es la de un largo y penoso desvío. Es la historia de un símbolo poderoso que fue secuestrado por los apetitos de poder de todas las corrientes políticas, de izquierda a derecha. Mientras los masones mexicanos se dedicaron a construir y derribar gobiernos, olvidaron por completo la única obra que legitima a la Orden: la de construirse a sí mismos a través del conocimiento y derribar su propia ignorancia. La verdadera masonería, la de la alquimia interior, nunca ha dejado de ser una extraña en su propia casa.
